México suma otro capítulo en su largo expediente de capos y expulsiones internacionales. Esta vez se trata de Hernán Bermúdez, señalado como presunto líder de La Barredora, grupo criminal que surgió tras la fragmentación del Cártel de los Beltrán Leyva.
¿Qué pasó en Paraguay?
Bermúdez fue detenido y posteriormente expulsado por autoridades paraguayas, bajo el argumento de que representaba un riesgo para la seguridad interna. Allá lo vinculaban con actividades ilícitas y movimientos sospechosos en la frontera. La decisión: mandarlo de regreso a México, donde ya cargaba con un historial nada ligero.
¿Quién es y qué representa La Barredora?
Para quienes no ubican el nombre, La Barredora nació como una escisión violenta del crimen organizado. Su sello: disputas territoriales en zonas estratégicas y una guerra sin tregua con grupos rivales. Hernán Bermúdez es señalado como uno de sus cabecillas, aunque como siempre, la justicia mexicana parece ir tres pasos atrás de las filtraciones periodísticas y las expulsiones extranjeras.
El regreso a México
La llegada de Bermúdez no es cualquier dato. Significa que ahora corresponde a las autoridades mexicanas decidir qué hacer:
- ¿Procesarlo legalmente?
- ¿Dejarlo libre por falta de cargos sólidos?
- ¿Usarlo como moneda de negociación en la interminable guerra contra el narco?
La experiencia nos dice que en México muchas veces estas “devoluciones” terminan siendo un trámite burocrático más, donde el personaje en cuestión vuelve a moverse con relativa libertad.
Una reflexión necesaria
Este caso vuelve a encender una alarma incómoda: otros países expulsan a presuntos criminales, mientras México apenas los recibe con una carpeta de antecedentes desordenada. La pregunta para los ciudadanos de a pie es clara: ¿en qué momento nos aseguramos de que estos retornos no solo alimenten la violencia en nuestras calles?
En la capital, donde la inseguridad ya es tema de todos los días, la llegada de nombres como Bermúdez se suma al clima de desconfianza hacia las instituciones. No se trata de sembrar miedo, sino de reconocer que el problema es real y exige respuestas más allá de discursos.





